Si existe en estos momentos algún motivo por el que la gran mayoría de los argentinos estamos de acuerdo, sea del color político que fuera, es que la inflación debe parar.

BAJAR LA INFLACIÓN NO ES IMPOSIBLE. SÓLO ES CUESTIÓN DE CONVOCAR A LAS PEQUEÑAS EMPRESAS DE ALIMENTOS Y HACER QUE LOS MERCADOS POPULARES VUELVAN A SER UNA REALIDAD.

INFLACIÓN Y CONCENTRACIÓN

Si existe en estos momentos algún motivo por el que la gran mayoría de los argentinos estamos de acuerdo, sea del color político que fuera, es que la inflación debe parar.

De una forma u otra este gobierno o el que venga después de diciembre debe establecer un programa antiinflacionario de manera urgente para detener el aumento desproporcionado de las dos caras de la misma moneda: la pobreza y la concentración de la riqueza.

¿Existe la posibilidad de tomar alguna medida a corto plazo sin caer en las recetas inhumanas que reproduce machaconamente la derecha, tales como la reducción del Estado, la reforma laboral o la apertura de importaciones?

Según el Coordinador del IPP Enrique Martínez, parar la inflación de manera gradual es factible, pero hay que estar dispuesto a enfrentar a uno de los poderes más concentrados de la economía, dedicado a la producción de alimentos.

Estas empresas, haciendo uso de su privilegio especulativo, imponen tanto el precio de compra al productor como el precio para el consumidor final, y si el gobierno decide aplicar alguna de las leyes de protección al público, inmediatamente la judicializan.

En el mundo existen diez corporaciones que dominan el mercado alimenticio. De ese total, seis son estadounidense, dos británicas, una francesa y una suiza. Para el caso argentino, la industria alimenticia está liderada por Sistema Coca-Cola, Danone, Grupo Arcor, Molinos, Ledesma Mondelez (ex – Kraft) y Bagley Latinoamerica.

Hace 60 años, Argentina producía localmente casi todo lo que consumía y era uno de los países que menos importaba con respecto a su PBI, junto con Estados Unidos. ¿Qué fue lo que pasó?

Llegó el FMI con su política de movimiento de capitales incluida, lo que produjo un golpe de timón tanto en el mercado financiero como en el productivo. Desde 1957 hasta el día de hoy se continúa incentivando la llegada de capitales extranjeros bajo el slogan típico de los neoliberales y la derecha: “Hay que buscar a los inversores extranjeros”.

Cabe reconocer que en alguna pequeña facción, esos inversores vinieron a desarrollar nuevas actividades, pero el grueso de las empresas llegó para quedarse con la producción nacional.

Hasta ese momento existían marcas nacionales tradicionales, tales como Siam Di Tella, Jabón Cañadenso, Aceite Sasetru, etc., pero poco a poco estas empresas fueron asfixiadas hasta hacerlas desaparecer y las que sobrevivieron fueron absorbidas por las grandes corporaciones extranjeras.

Hoy, la gran mayoría de las empresas son foráneas, motivo por el cual estas firmas giran sus utilidades a sus países de origen, despojando al nuestro de las divisas necesarias para enfrentar tanto la inflación como la especulación en el mercado cambiario.

Cada cosa que tocamos tiene un componente importado, por lo tanto siempre necesitamos dólares para producirlo.

Una cosa es que un calefón tenga un quemador italiano porque hemos perdido la primera en esa producción, o que una heladera tenga un compresor brasileño porque es más barato, pero otra cosa (mucho más grave) es que quien fabrica ese calefón o heladera sea una filial de una empresa extranjera, porque terminará girando todas sus utilidades a su país de origen.

Retener esas divisas es imprescindible para que los capitales se reinviertan en la Argentina, creándose un círculo de acumulación de ganancias y crecimiento virtuoso; ahora si esas utilidades se transfieren en su totalidad al exterior, ¿de dónde se saca el dinero para crecer?

Pues bien, se lo obtiene de extraer cada vez más valor de sus competidores y de aumentar los precios a los consumidores o, dicho en otras palabras, las empresas extranjeras que producen para el mercado interno son causantes de inflación, porque necesitan cubrir esas divisas que envían al exterior remarcando constantemente los precios.

Por ese motivo, el presidente del Banco Central Miguel Pesce, cuya obligación hubiese sido sentarse sobre las divisas cuando aún había un saldo considerable, no lo hizo permitiendo que los privados accedieran a los dólares al valor oficial para girar a sus filiales.

Asimismo, los cepos creado por el gobierno para subsistir, es decir para retener algo de divisas, fueron burlados con subterfugios diversos, como por ejemplo los auto préstamos y las sobrefacturaciones de importaciones, vieja costumbre de las multinacionales aprovechada cuando hay escases de divisas nacionales. 

Cabe aclarar que este gobierno asumió con 80.000 millones de dólares de deuda privada externa, de las cuales no menos del 60 por ciento eran auto préstamos de estas multinacionales. Por ejemplo, Cargill casa matriz le presta a Cargill nacional para pagar sueldos a los empleados.

En este sentido, buena parte del excedente comercial que se generó en 2021, el Banco Central permitió que  se fugara a través de las empresas privadas para pagar sus deudas o, parafraseando a Cristina, “en el festival de importaciones”.

PEQUEÑA BATALLA CONTRA LA INFLACIÓN

Empezando por el Estado, es claro que no se puede frenar la inflación y simultáneamente permitir que las tarifas y el precio de los combustibles aumenten de manera sistemática, que la paridad del dólar oficial se devalúe mensualmente o que las tasas bancarias se mantengan al alza. Todos estos elementos hacen absolutamente inviable un plan antiinflacionario.

En tal sentido, corregir esto último bruscamente, y simultáneamente congelar los precios de no menos de treinta empresas (que son las que inducen a la inflación), sería el paso a seguir, luego de que Precios Cuidados fuera un acuerdo que nadie respetó.

Como siempre sucede con las grandes cadenas de supermercados, esto llevará al chantaje del desabastecimiento, lo que va a permitir que las pequeñas empresas locales ingresen al circuito comercial abasteciendo el faltante, de manera tal que la aparición de nuevos actores como pymes, empresas de la agricultura familiar y comercializadoras de otro tipo suplirán ese faltante.

 

La experiencia nos indica que empresas concentradas como La Serenísima, que vende sus productos un 25 por ciento más caro que cualquier competidor inmediatamente comenzará a desabastecer el mercado.

Pero como La Serenísima no es dueña de los tambos, sino que le compra a estos, dichas unidades productivas tienen que vender si o si la leche, de lo contrario se les echa a perder la producción.

Aquí es donde entran a comprarle las empresas pequeñas para abastecer ese faltante y a vender el producto elaborado mucho más barato que las empresas monopólicas.

Cabe aclarar que si se puede dar el caso de desabastecimiento en los productos no perecederos, como el arroz o el azúcar, pero la leche se debe vender si o si, por lo tanto sería un primer paso para ganar el primer round.

Simultáneamente se deberá aplicar la ley de abastecimiento y congelar los precios por un período de cuatro meses, enfrentándose el gobierno sin lugar a dudas a una avalancha de amparos y medidas cautelares.

En conclusión, para contener una escalada de precios de la canasta básica se deberá aplicar una política pública para que los productores que no están orientados al mercado externo produzcan sus propias materias primas, como el caso del trigo, del girasol, de la soja, del maíz, etcétera, complementado con líneas de financiación que faciliten la nueva logística antiinflacionaria.

Para el caso de la indumentaria, los aumentos por encima de la inflación son mucho más evidentes, por lo que habrá que tomar una postura mucho más agresiva. Allí también hay que generar cadenas de valor completas, empezando por las cooperativas y las pequeñas empresas, facilitándoles el contacto con los consumidores, lo que evitará la duplicación o triplicación del precio final a consecuencia de los numerosos intermediarios comerciales.

En este sentido, para el Coordinador del IPP Enrique Martínez debería implementarse la siguiente línea de acción:

“Declarar la emergencia cambiaria permanente y explicar con precisión sus orígenes.

En la emergencia, las empresas externas deberán capitalizar todos los préstamos privados externos vigentes con empresas del mismo grupo, y podrán reemplazarlos por deuda en pesos indexada por la paridad cambiaria.

Toda empresa de capital extranjero deberá formular un plan de balanza positivo, a cumplir en forma progresiva en tres años, al cabo de los cuales no podrá girar divisas al exterior por ningún concepto.

Se deben habilitar líneas de ahorro personal privado indexadas por la paridad cambiaria, para quienes vendan dólares billetes a los bancos. El valor de compra, por un plazo muy acotado, debería ser el de la paridad marginal. Esta medida debe ser acompañada de un blanqueo general.

Una vez puesta en funcionamiento la medida anterior, se debe considerar ilegal la tenencia de divisas por encima de cierta suma, y se debe castigar penalmente el comercio de las mismas.

El capital de YPF, empresas petroleras, mineras, exportadoras, agropecuarias y actividades claramente rentables y generadoras de divisas debe abrirse en una proporción a analizar caso por caso a la inversión minorista privada nacional.

Esto no puede ser imperativo pero puede ser estimulado con tratamientos impositivos adecuados.

Se debe recuperar un mercado de fácil acceso de cédulas hipotecarias como forma de ahorro”.

Cabe aclarar que todas estas pequeñas batallas que podrían llevarse a cabo para detener la espiral inflacionaria quedarán opacadas si se profundiza la guerra desatada entre la Corte Suprema de Justicia y el gobierno del Frente de Todos.

Precisamente, dado el estado de degradación moral en que se encuentra el Poder Judicial, este no sólo se inclinará a favor del capital concentrado, sino que a través de sus fallos intentará bloquear cualquier posibilidad de que el gobierno actual sea reelecto, condenando al pueblo argentino a vivir eternamente en el infierno de la inflación y la estrechez humillante de la pobreza.

Alejandro Lamaisón

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