DIALÉCTICA DEL ODIO

CUANDO EMERGE EL ODIO DEL SUBCONSCIENTE, TANTO LAS ARTES, LAS CIENCIAS Y EL CONOCIMIENTO EN GENERAL PIERDEN SU ESENCIA SUPERADORA Y LA BANALIZACIÓN DEL MAL SE APODERA DE LA CONDICIÓN HUMANA
El diputado de Juntos por el Cambio Eduardo Cáceres, en su cruzada para que el aporte extraordinario por única vez lo pagaran las clases populares y no los ricos (lo llamó populismo tributario), con una mirada tan despreciativa como elitista, dijo en su momento lo siguiente:
“A la Argentina no la saca las personas que hoy trajeron ustedes extorsionadas bajo las migajas de un plan social. A la Argentina la saca la gente de trabajo, trabajo que ustedes no promocionan, no promulgan, no nada. La saca la Argentina de la disciplina, del esfuerzo, la que distingue lo bueno de lo que está mal. La saca la argentina que trabaja de sol a sol como lo hace el campo, la saca la Argentina de los Pumas”.
Con esta afirmación misantrópica queda expuesta de manera contundente la dialéctica del amo y el esclavo, en la que una pequeña parte de la sociedad desea el deseo del otro. La clase media argentina envidia el goce de las clases populares. Al no poder apropiárselo ese deseo se transforma en odio.
Este odio no se manifiesta abiertamente, ya que es políticamente incorrecto, pero suele emerger a través de manifestaciones típicas como “negros choriplaneros, vagos de m., las negras se embarazan por la asignación universal, etc.”
Dada su carga ignominiosa, este odio se mantiene oculto en el subconsciente del cuerpo social, como la masa de un iceberg, pero se hace visible en el desprecio al color de piel diferente, a aquellos que viven en barrios humildes y se desempeñan en trabajos que a menudo son informales y requieren gran esfuerzo físico.
Si estas personas, llámense pobres, bolivianos, peruanos o paraguayos, salen del gueto y logran un trabajo en una oficina, empresa o un estudio, propio de la clase media, este desprecio automáticamente se transforma en aversión destructiva.
En consecuencia, la clase media se abroquela en lo único que la une: la discriminación hacia el más débil y haciendo gala del darwinismo social que los caracteriza salen en patota a exclamar sin tapujos “nosotros hicimos méritos para estar donde estamos, nadie nos regaló nada y estos negros, que deberían agarrar la pala, hacer las zanjas y limpiar nuestra mugre, por culpa del populismo se adueñan de nuestro trabajo”.
Esta alteración del orden social contradice la regla de que el inferior, los condenados del sistema, no pueden tener celulares, neetbook, plasmas ni viajes recreativos porque no se bancaron la carrera meritocrática de la clase media.
“Yo hice méritos para estar donde estoy y aquel que es pobre es pobre porque quiere”. La verdad es que estos supuestos “méritos” no son medibles. Es fácil hablar de “méritos” cuando no se nació en la pobreza y en la marginalidad.
Para que pudiéramos hablar de méritos al menos deberíamos todos partir desde la misma línea de largada, pero una persona no elije dónde nacer y es aquí en donde radica la desigualdad en la competencia de la vida.
Ese odio a los pobres que se manifiesta en la expresión “¡Agarren la pala!”, exclamada desde una oficina con aire acondicionado demuestra que los logros meritocráticos de la clase media no son sólo para el disfrute o satisfacción de una necesidad como erróneamente solemos creer, sino que simbolizan una exclusiva superioridad de clase.
Según los meritócratas no todos deberían tener las mismas posibilidades de acceder a los bienes materiales y servicios, porque si fuera así perdería el sentido tenerlos. Si los pobres quieren tener algunas de esas cosas, deben cumplir el “rol” que les asigna el orden social.
En el fondo, en el subconsciente para ser exacto, este dilema hegeliano nos demuestra que el acceso y no acceso a las cosas, no está el deseo, sino que el deseo está en desear lo que el otro desea.
El odio que destila la clase media no está en la cosa en sí, sino que quiere una cosa, pero la quiere porque esa cosa es el deseo, a su vez, de otra persona. Es el deseo del deseo. Y quien logre en esa lucha, acceder a ese deseo, representado en una cosa, y lo haga de su propiedad, determinará quiénes son los amos y quiénes son los esclavos, quienes mandan y quiénes obedecen.
La biotecnóloga del CONICET y militante anticuarentena Sandra Pitta dijo respecto al gobierno actual «Hay que pisarlos cuando volvamos», pero luego se arrepintió y dijo “Me rectifico por lo de ayer. No hay que pisarlos. Hay que aplastarlos como cucarachas roñosas que siempre reaparecen para hundirnos más en la anomia»
En definitiva, la felicidad de las clases populares seguirá siendo el botín de guerra que las clases medias, apuntaladas en un sistema perverso de discriminación y desigualdad, querrán arrebatarle por todos los medios posibles.
Y será el peronismo quien enarbole con su esencia revolucionaria (tesis y antítesis) la síntesis superadora.
Alejandro Lamaisón