El gato de Schrödinger

EL MIEDO AL GOLPE INSTITUCIONAL ESTÁ MUERTO Y ESTÁ VIVO AL MISMO TIEMPO
Imaginemos por un momento que el Departamento de Policía Metropolitana del Distrito de Columbia, una de las diez fuerzas policiales más grandes dentro de los Estados Unidos deciden rodear la Casa Blanca, armados hasta los dientes y haciendo sonar las sirenas de los patrulleros en demanda de mejoras salariales.
Donald Trump, que en ese momento se encuentra en plena reunión de gabinete, decide hacer lo siguiente:
a) Manda a uno de sus ministros a preguntarle amigablemente a los rebeldes cuáles son sus demandas.
b) Manda a las Fuerzas Armadas, a los Marines y a todo el personal del Pentágono, incluyendo al personal de limpieza para que repriman con todas sus fuerzas semejante atentado al orden institucional.
En otro orden, imaginemos también que en la ciudad de Nueva York, un empresario mejicano, que comenzó de lavaplatos y terminó como dueño de una empresa constructora, es acusado de corrupción. Luego de estar preso por cuatro años (sin sentencia) es trasladado a su vivienda bajo prisión domiciliaria.
Un grupo de vecinos, enfurecidos con el pinche cabrón de la chingada rodean su casa y le impiden ingresar, argumentando que es persona no grata.
El Poder Judicial de los Estados Unidos y su brazo armado, la Delegación del Departamento de Policía de la Autoridad de Vivienda de la Ciudad de Nueva York, deciden hacer lo siguiente:
a) Se retiran amablemente con el prisionero y lo trasladan provisoriamente a un hotel hasta que se le pase el ataque de moralidad histérica a los vecinos del recluso.
b) La policía reduce a los manifestantes utilizando Táser, balas de goma y cachiporras. Cabe aclarar que si entre ellos hay alguno de tez oscura, quizá recibirá algo más que una golpiza. Luego, el recluso ingresa a su domicilio para esperar la sentencia.
Estas situaciones hipotéticas parecerían tener fácil respuesta en el país del norte y el sentido común nos predispone a elegir sin dudarlo la opción B como desenlace de las historias esgrimidas.
Ahora, si trasladamos esta hipótesis a la Argentina la respuesta no se nos presenta tan fácil e incluso, a veces parecería carecer de toda lógica, similar a la paradoja de Schrödinger, en la que el gato está vivo y está muerto al mismo tiempo.
Al analizar la inusitada movida de la derecha para desestabilizar y restringir las posibilidades de accionar del gobierno, nos obliga a preguntamos si el accionar prudente y negociador del presidente es la única manera de hacer frente a la extorsión del poder.
La respuesta es muy simple: la actitud de Alberto Fernández no es debilidad, sino estrategia política de tinte humanitario, ya que cualquier llamado a la sociedad para defender la democracia sería, en estos momentos de pandemia, catastrófico.
La oposición, en cambio, defeca sobre la vida misma a punto tal que siempre hace oídos sordos al reclamo desesperado de los médicos que piden a gritos que hasta que no haya una vacuna no salgan en forma masiva a la calle.
Si no existiera el coronavirus, la movilización de quienes decidieron apoyar en las urnas a un gobierno nacional y popular sería masiva y multitudinaria, cuyo marco sería similar a las epopeyas justicialistas de mediados del siglo XX.
Aunque, quienes protestan bajo la consigna “la república está en peligro” también traen imágenes del siglo que se fue, pero no de movilizaciones populares, sino de marchas militares, de supresión de garantías constitucionales y de un Nunca Más que, como el gato de Schrödinger, no está ni vivo ni muerto.
Alejandro Lamaisón