Justicia social

Desigualdad de oportunidades y de posiciones

Las dos maneras de concebir la Justicia Social

Es común escuchar a los iluminados profetas de estabilishmen despotricar constantemente contra el estado de bienestar asegurando que el mismo anula las posibilidades de ascenso social a través del mérito y del esfuerzo propio, estimulando la vagancia y la dependencia estatal. Esta falacia, como casi toda la estructura teórica en la que se sostiene el neoliberalismo, se cae a pedazos con sólo tomar como referencia el gobierno de Macri cuya gestión dejó 16 millones de pobres y un Estado en bancarrota. Existe ineluctablemente sólo una manera de evaluar si una política fue buena o mala: Una economía saneada en el marco de una justicia social.

Según el sociólogo Francois Dubet la justicia social se compone de dos elementos fundamentales: la igualdad de oportunidades y la igualdad de posiciones. Ambas tienden a reducir las desigualdades sociales o al menos volverlas aceptables. La igualdad de oportunidades tendría que ver más con la eliminación de las discriminaciones de todo tipo, mientras que la igualdad de posiciones con acercar medianamente los salarios mínimos a los más altos y emparejar el acceso a la salud, educación, recreación, etc. de las clases altas con las más bajas. 

Igualdad de posiciones

Dubet dice que “la igualdad de posiciones busca ajustar la estructura de las posiciones sociales sin poner el acento en la circulación de los individuos entre los diversos puestos desiguales”. En este caso, la movilidad social es una consecuencia indirecta de la relativa igualdad social. En pocas palabras, no se trata tanto de prometer a los hijos de la clase trabajadora que tendrán tantas oportunidades de llegar a ser ejecutivos como las que tienen los hijos de estos últimos, como de reducir la brecha en las condiciones de vida y de trabajo entre los obreros y los ejecutivos. No se trata tanto de permitirles a las mujeres que ocupen los empleos hoy reservados a los hombres, como de hacer que los empleos que ocupan tanto las mujeres como los hombres sean tan iguales como sea posible. La igualdad de posiciones tiende a reducir las desigualdades con el acceso a la seguridad social de las clases más bajas para enfrentar las crisis cíclicas gracias a la redistribución de las riquezas mediante retenciones sociales y un impuesto progresivo sobre la renta y al desarrollo de los servicios públicos a cargo del Estado. Es en primer lugar en el terreno de las condiciones de trabajo y de los salarios donde se constituyen y se reducen las desigualdades sociales. El ejemplo argentino del primer peronismo demostró la efectividad de estas políticas inclusivas, logrando una distancia considerable con otros países con mayor desigualdad. Hay que destacar también que el modelo de justicia social construyó una representación de la sociedad en términos de clases sociales y de focalización de la lucha contra las desigualdades en la esfera del trabajo. En este sentido es destacable la labor de los sindicatos en los conflictos por la equiparación de los salarios y en la lucha por una justa distribución de la riqueza.   Más allá de eso, la igualdad de posiciones construye “un contrato social expandido y una solidaridad esencialmente «ciega» a las «deudas», a los «créditos» y a las responsabilidades de cada individuo”.

Igualdad de oportunidades

La otra manera de concebir la justicia social es la igualdad de oportunidades, o sea la posibilidad para todos de ocupar cualquier posición en función de un principio meritocrático. Aspira menos a reducir las desigualdades de las posiciones sociales que a luchar contra las discriminaciones que obstaculizan la realización del mérito, permitiéndole a cada cual acceder a posiciones desiguales como resultado de una competencia equitativa en la que individuos iguales se enfrentan para ocupar puestos sociales jerarquizados. En este caso, las desigualdades son justas, ya que todos los puestos están abiertos a todos. El que fracasa en el intento de superación es porque no se esforzó lo suficiente. Todo se distribuye de acuerdo a los méritos del individuo (meritocracia). Es como si dijéramos que como Maradona en base al mérito llegó a la cúspide, cualquiera que se esfuece puede lograrlo, pero queda en claro que aunque existan veinte Maradonas la brecha entre ricos y pobres seguirá existiendo, pues no se realiza un reparto equitativo de la riqueza. El contrato social «ciego» es sustituido por contratos más individualizados, que comprometen la responsabilidad de cada individuo y lo llevan a hacer valer su mérito para optimizar sus oportunidades. Si triunfa, mejor; si fracasa, peor para él.

Preferencias dentro del modelo actual

Dubet defiende la igualdad de posiciones por sobre la igualdad de oportunidades ya que la igualdad, al acotar las distancias de la estructura social, es «buena» para los individuos y para su autonomía; aumenta la confianza y la cohesión social en la medida en que los actores no se empeñan en una competencia constante, tanto para lograr el éxito social como para exponer su estatus de víctima para beneficiarse de una política específica. La igualdad de posiciones, aunque siempre relativa, crea un sistema de deudas y de derechos que lleva a resaltar lo que tenemos en común entre las personas más que lo que nos distingue y, en ese sentido, refuerza la solidaridad. La igualdad de posiciones no aspira a la comunidad perfecta del utópico comunismo, sino que busca la calidad de la vida social y, por esa vía, la de la autonomía personal, ya que al no encontrarnos amenazados por desigualdades sociales demasiado grandes tenemos más libertad de acción. En ese sentido, no contradice la filosofía política liberal, aunque lleva a regular y limitar el libre juego del liberalismo económico y sus consecuencias humillantes para las clases bajas. Resumiendo, la mayor igualdad posible es buena «en sí misma» en la medida en que no ponga en peligro la autonomía de los individuos y, más aún, es deseable porque refuerza esa autonomía.

El segundo argumento a favor de la igualdad de posiciones se basa en que permite aplicar la igualdad de oportunidades, es decir el ascenso social a través del esfuerzo personal ya que las distancias entre los puestos son más reducidas. “A pesar de la sabiduría de lo que Rawls llama el «principio de diferencia», que requiere que la igualdad de posiciones no lleve a un deterioro de la condición de los menos favorecidos, es fácil constatar que, en todas partes, las desigualdades se profundizaron más en los países donde prevalece el modelo de las oportunidades que en los países donde prevalece el modelo de las posiciones”. El ejemplo típico es Estados Unidos e Inglaterra, casualmente la cuna del neoliberalismo.

En definitiva, los gobiernos que promuevan la igualdad de posiciones edificarán una sociedad más libre de actuar ya que los sujetos no se verán amenazados por desigualdades sociales demasiado grandes que le impidan su desarrollo individual y colectivo.

Alejandro Lamaisón

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