Con sólo 33 años partió Eva y con ella se atenuó un poco más la inmensa luz de los seres que podrían aportar un poco más de amor y belleza a un mundo que siempre mira hacia el crepúsculo.

CON SÓLO 33 AÑOS PARTIÓ EVA Y CON ELLA SE ATENUÓ LA LUZ QUE ILUMINA EL CAMINO HACIA LA BELLEZA Y EL AMOR, EN UN MUNDO QUE CADA VEZ MÁS MIRA HACIA EL CREPÚSCULO.

ÍNDICE DEL ARTÍCULO

LA PARTIDA DE EVA

Con sólo 33 años partió Eva y con ella se atenuó un poco más la inmensa luz de los seres que podrían aportar un poco más de amor y belleza a un mundo que siempre mira hacia el crepúsculo.

¡Cuánto encanto y brillo resumido en aquellos bellos momentos, tan breves pero legendarios, que perdurarán en el tiempo y la memoria de todos los argentinos!

Su sentido de la generosidad, reñida con la beneficencia que pregonaba la aristocracia de la época, fue quizá el camino hollado que la llevó a realizar en tiempo récord lo que muchos reformistas tardan siglos en concretar: la justicia, la igualdad y la dignidad del ser humano.

Precisamente, la brevedad de su existencia se debió al profundo fulgor con que iluminó el camino de la generosidad, demasiado premiosa, demasiado divina para no estar prohibida.

Ella fue, sin duda, una de las mujeres más relevantes que haya producido la humanidad, a tal punto que, al igual que el fútbol, la religión o la política, supo despertar un fanatismo desenfrenado entre los humildes, que llegaba en ocasiones a la devoción más profunda.

Quizá en la misma proporción, pero en sentido inverso, fue el blanco del odio y las peores reacciones de una buena parte de la sociedad argentina, motivo por el cual, Eduardo Galeano ensayó una respuesta:

“La odiaban, la odian los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente. Ella los desafía hablando y los ofendía viviendo. Nacida para sirvienta (…) Evita se había salido de su lugar.”

EVA NO SE RINDE

Eva era intempestiva, pasional, luchadora, y la aversión que generó fue de igual intensidad. No sólo de las clases dominantes y de las oligarquías nacionales, sino también de amplios sectores medios e incluso de intelectuales de izquierda y progresistas. “Viva el cáncer” no sólo era una frase escrita en una pared, era la síntesis gráfica de la perversión y el rencor de una clase porteña invadida por una marea de “cabecitas”, mestizos y descamisados que ahora se les igualaba.

Porque esta inmensa mujer logró conjugar dos características fundamentales que pocos dirigentes pudieron en toda la historia moderna: la oportunidad de ser la esposa de uno de los más grandes estadistas de la historia y el virtuosismo de su capacidad humana para interpretar las necesidades de su pueblo.

La grandeza de Juan Domingo Perón era Eva. La grandeza de Eva era Eva.

Los derechos políticos de las mujeres, la creación del Partido Peronista Femenino, la fundación de ayuda social, los estrechos vínculos con los sindicatos y una intransigente defensa de Perón frente a “oligarcas”, “cipayos” y el “imperialismo”, marcaron los más de seis años que la tuvieron en la primera escena nacional.

La lucha apasionada y su salvaje deseo de vivir parecían desafiar la fatal enfermedad que poco a poco apagaba la luz de su carácter indomable.

Mientras Perón la sostenía para poder hacer su último discurso frente a una multitud de argentinos que gracias a ella habían aprendido a mirar a los ojos al patrón, expresó:

“Estén alertas. El enemigo acecha. No perdona jamás que un argentino, que un hombre de bien, el general Perón, esté trabajando por el bienestar de su pueblo y por la grandeza de la Patria. Los vendepatrias de dentro, que se venden por cuatro monedas, están también al acecho para dar el golpe en cualquier momento. Pero nosotros somos el pueblo y yo sé que estando el pueblo alerta somos invencibles porque somos la patria misma”.

Ahora, la gran masa del pueblo la miraba a ella en desconsolado llanto, mientras que, en las profundas palabras de Evita, quebradas por la opresión del esfuerzo terminal, se encontraban la verdadera razón de su existencia fugaz, “porque no es lo mismo que vivir, honrar la vida”.

Alejandro Lamaisón

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