Evita en el recuerdo

Perón sostiene el cuerpo debilitado de Evita para que de su último discurso.
Pasaron más de setenta años y el “viva el cáncer” sigue vigente en la frustración de la derecha de ver interrumpida (por ahora) su política depredadora, señalando con un dedo inquisidor cualquier otro derecho que no sea el suyo propio, ajeno, incluso, a su propia mediocridad.
Ni la revolución fusiladora, ni los muertos del Proceso, ni siquiera esta infame pandemia planetaria puede eclipsar el amor que dejó aquella mujer que durante su breve paso por este mundo hizo sentir a los «nadies» que los derechos sociales no sólo eran para las oligarquías dominantes, sino que también eran para ellos.
El carisma de Evita, al igual que el fútbol, la religión o la política, supo despertar un fanatismo desenfrenado entre los humildes, que llegaba en ocasiones a la devoción más profunda. Quizá en la misma proporción, pero en sentido inverso, fue el blanco del odio y las peores reacciones de una buena parte de la sociedad argentina. Ella era intempestiva, pasional, luchadora, y la aversión que generó fueron de igual intensidad. No sólo de las clases dominantes y de las oligarquías nacionales, sino también de amplios sectores medios e incluso de intelectuales de izquierda y progresistas. “Viva el cáncer” no sólo era una frase escrita en una pared, era la síntesis gráfica de la perversión y el rencor de una clase porteña invadida por una marea de “cabecitas”, mestizos y descamisados que ahora se les igualaba.
¿Por qué tanto odio?
Porque esta inmensa mujer logró conjugar dos características fundamentales que pocos dirigentes pudieron en toda la historia moderna: la oportunidad de ser la esposa de uno de los más grandes estadistas de la historia argentina y el virtuosismo de su capacidad humana para interpretar las necesidades de su pueblo.
La grandeza de Juan Domingo Perón era Eva. La grandeza de Eva era Eva.
Los derechos políticos de las mujeres, la creación del Partido Peronista Femenino, la fundación de ayuda social, los estrechos vínculos con los sindicatos y una intransigente defensa de Perón frente a “oligarcas”, “cipayos” y el “imperialismo”, marcaron los más de seis años que la tuvieron en la primera escena nacional.
Pero nadie, ni siquiera la inmensa luz de los seres que podrían aportar un poco más de amor y belleza a un mundo que siempre mira hacia el crepúsculo, pudieron vencer el destino absoluto y sombrío de la enfermedad fatal.
Con sólo 33 años partió Eva y con ella uno más de aquellos inconmensurables hombres y mujeres que desde 1.810 soñaron una Argentina más igualitaria, independiente y soberana.
Alejandro Lamaisón