Julio Cortázar

Unificar la condición humana con la del artista a través de la capacidad de jugar y divertirse con el lenguaje

Julio Florencio Cortázar nació en Bruselas, Bélgica, el 26 de agosto de 1914, país a donde había sido enviado su padre como diplomático. Con apenas cuatro años llegó con su familia a la Argentina y se instalaron en Banfield, lugar que ya de adulto definió como «un barrio como los que se encuentran en las palabras de los tangos con calles no pavimentadas y gente que andaba a caballo”.

“Desde muy pequeño mi desdicha y mi dicha, al mismo tiempo, fue el no aceptar las cosas como me eran dadas. A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la palabra madre era la palabra madre y ahí se acaba todo. Al contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces me estrellaba. En suma, desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas”.

Juegos de la mente

Al leer los relatos, ensayos, poemas y homenajes que ha escrito Julio Cortázar inmediatamente se nos pone el mundo patas para arriba y al mismo momento nos vemos forzados a ordenarlo como eran antes, pero al hacerlo descubrimos  que las cosas ya no son iguales. Algo cambió. Ahora hay un espíritu crítico en cada objeto que observamos.

Su prosa absolutamente innovadora nos invita a jugar y divertirnos con el lenguaje que cambia el orden de las cosas pero también el de nuestros pensamientos hasta que llegamos a incorporar el absurdo como parte de nuestra vida cotidiana.

Las marcas de la época que influenciaron su obra fueron el mayo francés, el jazz de vanguardia, el espíritu del surrealismo, la patafísica y el situacionismo.

La contranovela como obra total

Rayuela, su obra cumbre, permite que el lector pueda leerla de dos formas diferentes. Una de manera corrida y otra siguiendo una grilla que comienza en el capítulo 73 y en forma aleatoria se termina en el 131.

Cortázar denuncia en sus relatos el cansancio de una sociedad occidental conductual, obligada a imitar lo que el manual de las buenas costumbres le imparte, pero que se mueven, sin saberlo hacia su propia destrucción como si fuera un triunfo secreto.

En ese movimiento de encuentro y desencuentro de personajes, todos confluyen hacia un destino final en donde el paraíso o un ignoto bar perdido en los suburbios de París tendrán la misma majestuosidad que llegar a alcanzar centro del mandala.

“Yo pensé cuando terminé Rayuela que había escrito un libro de un hombre de mi edad para lectores de mi edad. La gran maravilla fue que ese libro cuando se publicó en la Argentina y se conoció en toda América Latina, encontró sus lectores en los jóvenes en quienes yo no había pensado directamente jamás al escribirlo. Entonces, la gran maravilla para un escritor es haber escrito un libro pensando que hacía una cosa que correspondía a su edad, a su tiempo, a su clima, y de golpe descubrir que en realidad planteó problemas que son los problemas de la generación siguiente. Me parece una recompensa maravillosa y sigue siendo para mí la justificación del libro…”

Costumbres argentinas

Aunque parezca increíble, durante el advenimiento de la democracia, Cortázar visitó poco antes de su muerte la ciudad de Buenos Aires para despedirse de su país y llevarse, quizá, el reconocimiento de sus compatriotas a los que había dedicado gran parte de su obra. Como suele ser costumbre del desprecio por la cultura en amplios sectores de la Argentina, apenas un pequeño grupo de escritores fue a recibirlo y el presidente Raúl Alfonsín se negó a concederle una entrevista.

Se ha sostenido a lo largo de estos veinte años que el hecho de que Alfonsín no lo hubiera recibido fue una decisión política, nada casual, mientras que el ex presidente aseguró que se trató de un error mundano, de un malentendido. Alfonsín responsabiliza a su secretaria, Margarita Ronco, quien, en consonancia, se auto incrimina. Ambas hipótesis, la intencional y la accidental, parecen compartir el reconocimiento de que la omisión constituyó una afrenta imperdonable.

Adiós

Sus restos descansan en el cementerio de Montparnasse de la ciudad de París, en el mismo lugar donde yace Carol Dunlop, su amada y admirada compañera.

En ese mismo cementerio, en un párrafo de Rayuela, Oliveira, el protagonista de la historia, arroja un papelito en el último capítulo: «A la altura del cementerio de Montparnasse, después de hacer una bolita, Oliveira calculó atentamente y mandó a las adivinas a juntarse con Baudelaire del otro lado de la tapia, con Devéria, con Aloysius Bertrand, con gentes dignas de que las videntes les miraran las manos».

Cortázar murió el 12 de febrero de 1984, un mes después de dejar Buenos Aires.

Sobre su tumba suele verse copas de vinos, pequeñas rayuelitas dibujadas por niños, billetes de metro con algún poema escrito, expresiones mínimas del amor que supo ganarse con creces en todo el mundo y escasamente en su propio país.

Alejandro Lamaisón

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