La clonación

futuros clones de potenciales fallecimientos

Como casi todos los días al finalizar la jornada laboral Gabriel salió presuroso de su trabajo para evitar el rutinario saludo de sus compañeros, tan fingido como inexcusable  desde el punto de vista de la buena convivencia. Hacía varios años que su instinto gregario se había deteriorado menos por los golpes de la vida que por su creciente falta de empatía con el entorno. En su juventud se había graduado en física y matemáticas para huir del caos natural pero renunció cuando descubrió en su profesión la esencia del exterminio humano.

Su ostensible inteligencia sedujo a muchas mujeres en donde primó siempre la genitalidad al enamoramiento, motivo por el cual nunca tuvo una pareja estable. Su único compromiso era consigo mismo, no por egoísmo, sino por la inseguridad que le ofrecían las relaciones interpersonales. Gabriel no era infeliz, apenas era un ser frustrado que al mirar hacia ambos lados de la vida sólo encontraba un eterno presente vacío de historia y de aspiraciones. El hecho de haber borrado de su memoria las experiencias de la infancia y la juventud le impedía mirar hacia el futuro, como si el pasado ejerciera un poder hipnótico reñido con las esperanzas y los sueños.

Fue esta la causa que lo llevó a conseguir el empleo más anodino del mundo para dedicarse exclusivamente a analizar por qué si el hombre es sueño, mito, símbolo e irracionalidad se empeñaba en vivir en el sofisma de la razón. Gabriel nunca se adaptó a la certeza de los hechos empíricamente comprobables, más bien veía la vida como una sucesión de eventos inconexos cuya responsabilidad de ordenarlos era exclusivamente de él.

Hacía ya muchos años que los privilegiados del mundo, personas de alto poder adquisitivo, habían contratado el servicio de almacenamiento de la conciencia al momento de morir, de manera tal que todas la experiencia y el conocimiento acumulado en el cerebro eran conservadas digitalmente en la Nube. Paralelamente con el desarrollo de la clonación, una vez obtenido el ADN del paciente, dicha conciencia o algoritmo cognitivo  se bajaba y se introducía en el cerebro del nuevo cuerpo clonado, lo que garantizaba vivir en una eternidad inusitada. Cabe aclarar que las empresas que brindaban este servicio habían adquirido todos los derechos de propiedad  del software, lo que implicaba que el alto costo de conservar la vida nunca podría ser asumido por la mayoría de los mortales.

Esta desigualdad universal había producido una corriente hegemónica en la que todos los seres humanos, desde el más pobre al más rico aspiraban a tener suficiente dinero como para evitar nada más ni nada menos que a la muerte. Ya no había espacio ni tiempo para las abstracciones especulativas ni para la poesía o el arte. Todo era utilitarismo puro y el pensamiento científico- económico dominaba el mundo. Hacer dinero a lo largo de la vida marcaba la diferencia entre vivir o desaparecer, por consiguiente entre el ser y la nada.

Desde el primer día que ingresó a su voluntario exilio de aspiraciones laborales, Gabriel comenzó a dilucidar algunos de los conceptos básicos que había rumiado en su paso por la ciencia, como por ejemplo la certeza de que todo, absolutamente todo lo que era real en apariencia podía ser modificado simplemente con la intervención de la conciencia. ¿Y si la conciencia no fuera más que la voluntad de interpretar el sentido que damos a las cosas? En la edad media Joseph Glanvill había descubierto que “el hombre no se rinde a los ángeles ni por entero a la muerte, salvo por la flaqueza de su débil voluntad”, ya que existe otro universo en el que no estamos muertos. Los humanos creemos en la muerte porque nos han enseñado a creer que morimos, es decir nuestra conciencia asocia la vida con el cuerpo. Este biocentrismo que en principio parecería contradecir la ciencia dura enseña apodícticamente que la vida y la conciencia son fundamentales para el universo. Es la conciencia la que crea el universo y no al revés.  La transmutación de Rowena en Ligeia en el sublime relato de Poe explicaba a través del amor lo que la ciencia y la tecnología pretendían acaparar mediante la razón. Precisamente en “The Philosophy of Compositión” el gran romántico declaraba que la ejecución de un poema es una operación intelectual, no un don de la musa.

Gabriel intuyó que si estudiaba la creatividad simbólica no como lo hace la física utilizando silogismos categóricos, sino a través de la concentración energética que produce la meditación trascendental llegaría a resultados similares a lo de la ciencia. Si una dimensión es la amplitud determinada de frecuencias vibratorias que producen en la materia un diseño particular de patrones biológicos, al cambiar la  frecuencia con la meditación el cuerpo mutaría en forma correspondiente. La idea era realizar un salto cuántico a otra dimensión en donde simplemente la muerte aún no había llegado.

La vida eterna ya no sería exclusividad de los ricos, sino de todo ser humano que alcanzara su desarrollo espiritual.

Fue así que Gabriel, luego de un prolongado y riguroso entrenamiento, comenzó a practicar la meditación Mindfulness combinada con el sueño lúcido. En diez días y tras sofisticado ejercicios de respiración llegó a estar más de siete minutos inerte entre inhalación y exhalación. Al mes ya había logrado proyectarse fuera de su cuerpo y observarse a sí mismo como quien mira un cadáver en el lecho de muerte. Esta experiencia fue tan traumática que a partir de allí comenzó a tener por primera vez ataques de pánico y dificultades para reaccionar cuando “retornaba” a su masa corpórea. Decidió suspender el experimento hasta normalizar su salud, pero eso nunca sucedió. Por el contrario se profundizaron los síntomas de despersonalización y desrealización. Ya no se reconocía frente al espejo y el mundo le parecía irreal.

Lo encontraron inconsciente tendido en el suelo luego que sus compañeros de trabajo alertaran de su ausencia. Inmediatamente fue derivado a un hospital en donde ingresó ya consciente pero en estado de shock. Le diagnosticaron una lesión en el área de broca del cerebro producto de algún tipo de descarga eléctrica brutal, situación que jamás había acontecido en su vida pero que aceptó sin discutir para aferrarse al menos al único vestigio de coherencia que le quedaba en una realidad difusa. Cuando mejoró su estado se levantó de su lecho de enfermo y llamó a alguna enfermera o a alguien para que le explicara más claramente lo  acontecido. Nadie contestó. Salió fuera de la habitación y caminó por un largo pasillo sin cruzar a nadie. Entró en una sala repleta de camas ocupadas por personas dormidas conectadas a luminosos monitores que obedecían a un servidor central. Como cada cuerpo manifestaba cierto estado de salud y juventud, Gabriel reconoció a simple vista que eran los futuros clones de potenciales fallecimientos. Se detuvo frente a uno cuyo rostro le era familiar y lo miró fijamente. Notó que los ojos cerrados del clon temblaban en el típico movimiento involuntario que realiza el globo ocular al querer despertar de un sueño indeseado. Sintió miedo y quiso huir pero sus piernas ya no estaban, ni sus brazos ni su torso y un segundo antes de desintegrarse para siempre alcanzó a ver con horror cómo el joven cuerpo clonado despertaba abruptamente de su programado sueño, una largo y tortuoso sueño cuyo protagonista era un ex científico idealista llamado Gabriel.

Alejandro Lamaisón

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