LA BANALIZACIÓN DEL DOLOR

GÁRGOLA QUE REPRESENTA LA BANALIZACIÓN DEL MAL. CATEDRAL DE SALISBURY, INGLATERRA.
ÍNDICE DEL ARTÍCULO
PODER Y BANALIZACIÓN
Sería una banalización del momento delicadísimo en que vive nuestro país no decir lo que hay que decir sólo por el hecho de no herir susceptibilidades de militantes y afectos incondicionales.
Faltando menos de ocho meses para las elecciones presidenciales, el índice de precios al consumidor se aceleró al 6,6% en febrero, acumuló una variación de 13,1% y en la medición interanual se ubicó en el 102,5%.
Estos datos horribles confirman que el 60% anual previsto por el gobierno se ha transformado en una más de las decepciones que sufrimos quienes votamos al Frente de Todos como una alternativa para desplazar de la Casa Rosada al neoliberalismo de la alianza macrista-radical, pero su fuerza iniciática comienza a hacer agua y cada vez cuesta más mantenerla a flote.
Más de la mitad de la sociedad argentina ha quedado boyando entre el desconcierto y la perplejidad.
Sin desdeñar (nobleza obliga) la la movilidad social ascendente que nos dejó como herencia Néstor y el primer gobierno de Cristina, no le encontramos la vuelta ni tiene explicación política que nuestros dirigentes hayan entrado en una guerra de egos desenfrenada en plena espiral inflacionaria y con un 36,5 por ciento de pobreza acumulada.
La interna que se disputa un poder para construir un país distinto y sin excluidos se ha transformado en un sainete indecoroso de ambiciones personales que, de no mediar la coherencia, terminará sin duda dañando la imagen de los posibles candidatos.
Está bien debatir sobre el acuerdo con el FMI, está bien discutir por la economía y la distribución de la riqueza o polemizar cómo se le da batalla al poder real, pero romper el diálogo entre los mismos dirigentes por cuestiones de autoestima, es sencillamente banalizar el sufrimiento de la mayoría de los argentinos y abrirle nuevamente la puerta de entrada al neoliberalismo.
La guerra de egos daña a Alberto Fernández cuando critica a Máximo Kirchner y a la Cámpora; Cristina pierde su aura de líder cuando se niega a hablar con Alberto; Aníbal Fernández, en su retórica efusiva para levantar la imagen del presidente cae en la burda demagogia del lacayo útil, desperdiciando su verdadera capacidad ejecutiva.
Asimismo, para restarle votos a Kicillof en la provincia de Buenos Aires y beneficiar a Juntos por el Cambio, el precandidato presidencial Schiaretti quiere a Randazzo como candidato a Gobernador Bonaerense, uno de los felones más importantes de las filas de Cristina Kirchner.
Como si esto fuera poco, Corriente Clasista y Combativa y Unidad Piquetera se enfrentan con la ministra de Desarrollo Social, Tolosa Paz por los planes “Potenciar Trabajo” argumentando que “los controles deberían ser para todos, no sólo para los pobres”.
En definitiva, se pelean a cielo abierto entre ellos por hechos triviales, solucionables mediante el diálogo pero irreparables una vez que entran en el circuito de los medios hegemónicos, para no dar la verdadera batalla contra el poder real que ya se estaría probando el traje de presidente 2023.
LA BANALIZACIÓN DEL MAL
En el estado en que se encuentra la política actual, el recurso de la banalización de los problemas sociales podría adjudicarse al desorden moral que vivimos, producto de la pandemia, la guerra Rusia- Ucrania y la crisis de las democracias occidentales.
En este sentido, se puede encontrar fácilmente a gente o programas de televisión hablando de que Cristina y Alberto se miraron feo o de que no se sabe de qué trabaja Máximo, en un discurso con el mismo nivel de interés con el que luego hablan de temas mucho más serios como la pobreza o el hambre.
Esta banalización incide en las relaciones intersubjetivas, las cuales van definiendo un determinado tipo de imaginario social basado en la resignación, el conformismo con la injusticia social y el odio a la clase política.
Criticar los actos del gobierno implica hacerle el juego a la derecha y a los poderes concentrados, pero paradójicamente son los propios dirigentes los que le hacen el juego a la derecha criticándose entre ellos mismos.
De nada sirve que nos importe quien será el mejor candidato del peronismo si no nos importa el sufrimiento del pueblo argentino.
Hannah Arendt fue la primera que analizó ese fenómeno al que llamó la ‘banalización del mal’ para advertirnos que no hace falta ser un psicópata o un trastornado para hacer sufrir o destruir a otro ser humano. Precisamente, uno se puede acostumbrar al mal y aprender a convivir con él sin remordimiento ni malestar alguno.
Permitir que vuelva al gobierno Juntos por el Cambio simplemente por egos personales y ambiciones de poder sería la fiel exposición de esa banalización del sufrimiento ajeno y lo peor de todo, la puerta de entrada sin retorno al infierno neoliberal.
Alejandro Lamaisón