Argentina nunca pudo imponer un modelo de hegemonía debido a la eterna complicidad de la oligarquía criolla agroexportadora con el capitalismo extranjero para evitar cualquier modelo de desarrollismo.  

EL AUTO JUSTICIALISTA, SÍMBOLO DE LA INDUSTRIA NACIONAL Y POPULAR

BLOQUE HISTÓRICO

Argentina nunca pudo imponer un modelo de hegemonía debido a la eterna complicidad de la oligarquía criolla agroexportadora con el capitalismo extranjero para evitar cualquier modelo de desarrollismo.  

Cuando los servicios de inteligencia le informaron a Churchill, luego de salir triunfante de la segunda guerra mundial que Perón planeaba llegar a la presidencia de Argentina, este declaró lo siguiente: “No dejen que la Argentina se convierta en potencia. Arrastrará tras ella a toda América Latina (…) la estrategia es debilitar y corromper por dentro a la Argentina, destruir sus industrias (…)  imponer dirigentes políticos que respondan a nuestro Imperio. Esto se logrará (…) gracias a una democracia controlable, donde sus representantes levantaran sus manos en masa en servil sumisión. Hay que humillar a la Argentina”.

Sería imposible enumerar en pocas líneas la explosión productiva generada por el gobierno peronista a partir de 1947, la cual no sólo transformó una economía primaria agroexportadora en productora de bienes industrializados, sino que trajo aparejada la movilidad social ascendente y la emancipación definitiva de Argentina de los países centrales.

Asimismo, enumeraremos algunas de ellas: Fabricación de astilleros, aviones y trenes, pasando por la industria metalúrgica, siderúrgica y automotriz, la nacionalización de todas las empresas de energía y telecomunicaciones, explotación propia de todas las vías de comunicación: aérea, terrestre, fluvial y marítima y una salud pública y educación al nivel de las principales potencias mundiales.

Este nuevo “bloque histórico” en el que todo el esfuerzo, el talento y la creatividad del pueblo argentino, permeable a la capacitación técnica y con gran sentido del patriotismo con deontología laboral, desplazó del centro de poder a las viejas oligarquías y al capitalismo foráneo, fue insoportable para los antiguos “dueños de la Argentina”.

ODIO

El odio hacia el peronismo y hacia las clases populares se potenció de una manera tan visceral, desquiciada y salvaje que desde 1955 hasta la fecha la sociedad argentina se encuentra atrapada en una contienda ideológica difícil de concluir, entre la naturalización de la violencia y la anomia política. 

Desde bombardear a ciudadanos civiles, escribir “viva el cáncer”, ejecutar militantes políticos e intelectuales y exterminar a miles de personas hasta concurrir diariamente a la embajada norteamericana para trabajar y operar en contra de los intereses argentinos, todo fue y sigue siendo válido para terminar con el peronismo.

Pese a este salvajismo, los sectores dominantes, la oligarquía agroexportadora, cierto sector de la iglesia y la burguesía vinculada al mercado interno, luego del 55 no tuvo la fuerza suficiente para imponer su proyecto político a toda la sociedad.

En Argentina, a partir del golpe de 1955 que derrocó a Perón, comenzó un período de inestabilidad institucional, producto de un empate hegemónico que duró hasta la dictadura de 1976, aunque luego continuó en democracia.

EN BÚSQUEDA DE LA HEGEMONÍA

Para lograr el ansiado desempate hegemónico, el capitalismo local y transnacional, con la ayuda de la clase media cipaya, apoyaron a las fuerzas armadas en el 76, a Carlos Menem en los 90 y a Macri en este siglo para lograr de una vez por todas desmantelar todo vestigio de industrialización y desarrollo tecnológico, que había crecido sin parar con el peronismo.

Pero Macri chocó la calesita, dejando a los centros de poder perplejos ante la descomunal incapacidad política e intelectual del ex mandatario. Ahora hay un empate hegemónico, en el que dos fuerzas en disputas tienen suficiente poder como para vetar los proyectos que generó la otra, pero ninguna de las dos logra reunir los recursos necesarios para dirigir al país como quisiera.

El peronismo tiene los votos, pero la oposición sometida como siempre al capitalismo transnacional, tiene la deuda externa justamente creada por el macrismo para hacernos dependientes de por vida.

En tal sentido, no quedan dudas que hay una guerra fría en la puja de poder que busca desempatar la hegemonía de fuerzas totalmente opuestas e irreconciliables y serán las elecciones de medio término la que incline la balanza hacia uno u otro lado.

Que Sergio Massa haya sido enviado astutamente al país del norte por el oficialismo con la excusa de traer más vacunas y negociar políticamente la deuda externa es una muestra de inteligencia y negociación para que de una vez por todas el peronismo pueda concretar su proyecto de emancipación.

En las elecciones de este año no sólo hay que ganar la batalla electoral, sino también la cultural, para que prevalezca definitivamente todo lo contrario a lo que el neoliberalismo sustenta: justicia social, distribución equitativa del ingreso, desarrollo industrial, integración regional y democracia pura y verdadera.

Ojalá la oposición votante esté a la altura de la circunstancia.

Alejandro Lamaisón

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