LAS CINCO REGLAS DE LA ESTUPIDEZ HUMANA

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La quema de barbijos como exaltación de la estupidez

Quema de barbijos

"SÓLO HAY DOS COSAS INFINITAS: EL UNIVERSO Y LA ESTUPIDEZ HUMANA, AUNQUE NO ESTOY TAN SEGURO DE LA PRIMERA". Albert Einstein

En 1976, el  economista italiano Carlo Cipolla definió con supina lucidez las cinco leyes infalibles de la estupidez humana.

En su obra satírica, Cipolla alertaba sobre el peligro social que suponen los estúpidos ya que no sólo se perjudican a ellos mismos, sino a todos los que los rodean.

El texto tiene su base filosófica en la teoría de juegos y en el utilitarismo de Bentham y su máxima “todo ser humano, norma o institución deben ser juzgados según la utilidad que tiene, eso es, según el placer o sufrimiento que producen en las personas”.

La quema de barbijos en el obelisco resulta un ejemplo paradigmático para recordar las cinco reglas básicas de la obra:

Regla número 1: “Siempre, e inevitablemente, todo el mundo infravalora el número de estúpidos en circulación”.

Es sorprendente descubrir cómo personas que considerábamos racionales se comportan de forma “desvergonzadamente estúpida”, y cómo estos actos de maldad inconscientes afloran “en los peores lugares en los peores momentos”.

Regla número 2: “La probabilidad de que determinada persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica”.

Uno de los grandes milagros de la naturaleza es haber distribuido la estupidez de manera equitativa por todas las clases sociales, razas y niveles intelectuales.

“Uno es estúpido de la misma forma en que es pelirrojo, o de un grupo sanguíneo determinado”, decía el autor, ya que había descubierto que algunos ganadores del premio Nobel eran estúpidos.

Regla número 3 o de la quema de barbijos: “Un estúpido es una persona que ocasiona pérdidas a otra persona o a un grupo sin que él se lleve nada o incluso salga perdiendo”.

En este caso Cipolla racionalizaba en un eje cartesiano el costo- beneficio de la estupidez.

De manera trigonométrica dejó demostrado que el indefenso sale perdiendo mientras los otros ganan; el inteligente sale ganando al mismo tiempo que los demás también lo hacen; y el bandido se beneficia en la medida en que los demás salen perdiendo. Pero el estúpido, aunque parezca mentira, es el que hace que todos, incluido él mismo, pierda.

Regla número 4: Los no estúpidos siempre infravaloran el poder dañino de los estúpidos. En concreto, olvidan constantemente que en todos los momentos y lugares y bajo cualquier circunstancia tratar o asociarse con estúpidos siempre suele ser un error costoso”.

Es peligroso cuando la gente inteligente piensa que los estúpidos pueden ser manipulados. Nada de intentar engañarlos: terminarás saliendo perdiendo. “Uno puede intentar ganarle la partida a un estúpido y, hasta cierto punto, puede hacerlo”, explica el autor. “Pero a causa de su comportamiento errático, uno no puede prever todas las acciones y reacciones del estúpido y por lo tanto, terminará siendo pulverizado por sus movimientos impredecibles”.

Regla número 5: “Una persona estúpida es lo más peligroso” / Corolario: “Una persona estúpida es más peligrosa que un bandido”

En este caso, el economista sostiene que una sociedad con bandidos no sale ni perdiendo ni ganando porque “si todos los miembros fuesen bandidos perfectos, la sociedad permanecería igual y no había grandes problemas”. La diferencia es que los estúpidos no ocasionan ese equilibrio en la sociedad: simplemente, la hacen peor.

El problema es el poder de propagación que tiene la estupidez, ya que como el diablo, ha convencido a los demás de que no existe. “Son peligrosos y dañinos porque para la gente razonable es difícil imaginar y entender su comportamiento irracional”.

Que la quema de barbijos por un escaso grupo de cuarenta o cincuenta estúpidos no nos hace correr el riesgo de contagio de Covid 19 a toda la sociedad es seguro.

Ahora sí esta protesta se propaga como ya se vio en las dos manifestaciones organizadas metódicamente por la oposición política, el medio monopólico y un grupo de intelectuales incluidos en la regla número dos de la estupidez, la virulencia del contagio será fatal.

O peor que esto, es que el autor de esta nota sea el verdadero estúpido y aún no lo sepa.

Alejandro Lamaisón

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