Muchas veces quienes rechazamos cualquier tipo de violencia física, moral, política, racial, sexual o institucional, nos hemos preguntado hasta cuándo la sociedad seguirá aceptando como sentido común el discurso pre- civilizatorio de los mesías de la “mano dura”.

EL SENTIDO COMÚN ES UN SABER INMEDIATO, PROPALADO POR LOS MEDIOS HEGEMÓNICOS, LIGADO A LA RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS O NECESIDADES OCURRIDOS EN LA VIDA COTIDIANA Y QUE, POR SU CERCANÍA A LO MUNDANO, OBSTRUYE LA REFLEXIÓN PROFUNDA, CRÍTICA Y TRASCENDENTE QUE PERMITIRÍA CONOCER LAS CAUSAS DE LOS SUCESOS.

CUANDO EL SENTIDO COMÚN MATA

Muchas veces nos hemos preguntado hasta cuándo la sociedad seguirá incorporando al sentido común generalizado el discurso pre- civilizatorio de los mesías de la “mano dura”, principalmente quienes rechazamos cualquier tipo de violencia física, moral, política, racial, sexual o institucional.

Llamamos sentido común aquel que, generado para satisfacer los intereses del poder hegemónico, se baja utilizando la familia, la escuela, la religión y los medios de comunicación a toda la sociedad para hacerles creer que representa sus propios intereses.

En las elecciones de medio término quedó perfectamente en claro que, valiéndose de la  inseguridad endémica que atraviesa  de manera transversal a toda la sociedad, Milei y Espert lograron ingresar a la política explotando el sentido común del electorado. Frases como «Derechos Humanos para la gente de bien y para los delincuentes, cárcel o bala”, o  “debemos transformar a un par de delincuentes en un queso gruyere” fueron naturalizadas por una sociedad que, en medio de la violencia generalizada, reproduce las mismas consignas que los verdaderos culpables de dicha violencia.

Pese al apoyo incondicional de los medios hegemónicos, que siempre buscan encubrir y – cuando no pueden – justificar los casos de gatillo fácil de las fuerzas de seguridad, los policías de civil que asesinaron a Lucas González no pudieron resguardarse en el sentido común dada su alevosía injustificable, entre ellas haber plantado un arma de juguete.

La Policía de la Ciudad acumula 121 casos de gatillo fácil en cinco años de vida que se llevaron otras vidas de pibes que el sentido común dice que si son negros y visten de determinada manera merecen desaparecer.

UN PROYECTO CONTRA EL SENTIDO COMÚN

Este año el Frente de Todos presentó un proyecto de ley para erradicar la violencia institucional, el cual establecía criterios para regular el uso de armas de fuego, crear un observatorio, un sistema de asistencia a las víctimas, un registro de agentes expulsados o inhabilitados y regular las sanciones, pero la oposición no quiso avanzar en su tratamiento anteponiendo el sentido común como argumento principal.

Si en lugar de pretender excluir y estigmatizar a aquellos que no han tenido la suerte de acceder al »goteo» mítico de la riqueza del discurso neoliberal defendido por las elites económicas, aplicáramos un proyecto serio y multidisciplinar que contribuya desde el Estado a una integración social del conjunto de la población, la violencia institucional dejaría de tener sentido.

En consecuencia, quienes se han visto obligados a buscar formas sustitutivas de suplir las carencias que debería brindarles el Estado, cayendo en el consumo de droga y en la delincuencia como única salida reactiva a la violencia social que les viene »desde arriba», se sentirían un poco más integrados a la sociedad.

Toda la basura vomitiva de los periodistas que integran el sistema mediático dominante, ¿podrán en algún momento reflexionar al punto tal de tomar aunque sea una pequeña distancia de su función propaladora del sentido común dominante e indignarse ante el dolor de los padres de Lucas?

¿Será esta indignación tan efectiva como para hacer retroceder el lugar común que supone que más policías con mayor poder de fuego significan mayor seguridad, como pregonan reiteradamente Bullrich, Milei, Espert y hasta el mismo Sergio Berni?

EL SENTIDO COMÚN MEDIÁTICO

Hace más de diez años Susana Giménez, utilizando el sentido común nacional, opinaba que para terminar con la inseguridad social se debería, “Terminar con la estupidez de los derechos humanos… el que mata tiene que morir… ahora en Buenos Aires está todo mal» (Clarín, 28/02/09).

Sandro afirmaría, poco después »No seamos hipócritas, los que matan tienen que morir». Luego, Cacho’ Castaña se preguntaba: ‘‘¿hace falta un juicio si te matan a un hijo?» y hasta el querido Spinetta sostenía que »a algunos (delincuentes) habría que pegarles un tiro en la cabeza», y que »la pena de muerte la sufrís al salir a la calle» (Clarín, 08/03/09). Finalmente, Marcelo Tinelli, señalaba que »En este país nadie hace nada para mejorar la seguridad; salís a la calle y te asesinan» (Clarín, 11/03/09).

Este cumulo de falacias que se repiten constantemente doce años después, no sólo implican un reduccionismo de la realidad a la ignorancia de las múltiples causas que originan la criminalidad, sino que en algunos casos más extremistas, se inserta dentro de una matriz reaccionaria que roza la “solución final”, al exigir al Estado la eliminación lisa y llana de individuos que forman parte de la sociedad con el objeto explícito de mantener con vida al propio »cuerpo social» en »peligro».

APOROFOVIA CÓMO SENTIDO COMÚN

Todos sabemos que los países exitosos en materia de seguridad ciudadana no han sido los de »tolerancia cero» o »mano dura», sino más bien los que han aplicado la »exclusión cero». En efecto, las menores tasas de delincuencia no se encuentran en Estados Unidos o en América Latina, sino en países nórdicos como Noruega, Finlandia, Suecia y Dinamarca, donde, a pesar de tener el menor número de policías por habitante, se ha planeado desde el Estado una activa e integral política de inclusión social de los jóvenes carenciados.

Por el contrario, en la mayoría de los países de nuestra región, incluido, por supuesto, la Argentina, el Estado ha iniciado en las últimas décadas un proceso de desmantelamiento de sus funciones primordiales que ha promovido una inédita marginalización y desprotección de vastos sectores sociales.

El éxito del sentido común generado por el sistema dominante ha quedado de manifiesto en las PASO con la incorporación de los ultraderechistas Milei y Espert al ruedo político, de la mano mercenaria de los comunicadores del establishment.

Su discurso plagado de aporofovia, básicamente el rechazo o miedo al pobre, ha prendido en la sociedad argentina al punto tal que se ha vuelto a discutir si es necesaria o no la pena de muerte.

Quizá la discusión se refiera al ámbito de lo formal, pues en lo informal, la pena de muerte ya se viene aplicando desde hace años a un estereotipo social generado por el poder hegemónico.

Lamentablemente, por estar incluido dentro de dicho estereotipo, esta semana le tocó a Lucas ser la víctima de este tipo de ejecución.

Alejandro Lamaisón

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