Mujeres y niños recluidos en campos de concentración, en pésimas condiciones de vida,  forman parte de la geografía Siria desde hace varios años, precisamente desde el momento en que el Estado Islámico comenzó a decaer cuando la región noreste y parte de Irak pasó a estar controlada por los kurdos.

DOS PEQUEÑOS HERMANOS SIRIOS BUSCAN A SU MADRE EN UN CENTRO DE DETENCIÓN CONTROLADO POR LOS KURDOS

NIÑOS SIN FUTURO

Mujeres y niños recluidos en campos de concentración, en pésimas condiciones de vida,  forman parte de la geografía Siria desde hace varios años, precisamente desde el momento en que el Estado Islámico comenzó a decaer cuando la región noreste y parte de Irak pasó a estar controlada por los kurdos.

Alrededor de 700 niños están encarcelados desde 2019 en este lugar, porque sus padres son miembros del E.I. y sus madres, en vez de cuidarlos, pasan la mayor parte del tiempo manifestando su hostilidad hacia los kurdos que los vigilan.

Desde que la organización terrorista político militar Estado Islámico proclamó su califato en 2014 en regiones de Siria e Irak las tragedias que propagó en Medio Oriente y en Europa el grupo de orientación salafista han sido innumerables.

Atentados, secuestros, decapitaciones, guerras, destrucción de ciudades, desplazamiento de poblaciones y un proto Estado religioso totalitario que marcaron con sangre y represión los años entre 2014 y 2019.

Tras la caída yihadista (2017), las mujeres pasaron a ser parias en Siria e Irak y, cuando el grupo confesional islámico empezó a hundirse en los últimos bastiones que controlaba, ingresaron en una tierra de nadie: la mayoría fueron internadas en campos situados en el noreste de Siria controlados por los kurdos.

Ni podían regresar a Europa (por su pasado terrorista), ni podían permanecer en Irak o Siria en condiciones aceptables de seguridad.

Durante esta convivencia, los hijos pequeños de estas mujeres mamaron el odio de sus progenitores a tal punto que hoy, siendo niños de tan sólo 9  o 10 años, expresan un resentimiento tan radicalizado que podría manifestarse en cualquier momento hacia sus propios benefactores.

Precisamente, ya se produjeron varios incidentes en la cárcel de Ghwayran, en Hasaka, Siria, en los que unos 20 menores reaccionaron contra el personal penitenciario y de asistencia psicológica por temas tales como el suministro de alimentos.

En esta misma prisión, una represión sangrienta que se llevó a cabo hace poco tiempo, originada por una revuelta organizada por combatientes del Estado Islámico encarcelados allí, aumentó notablemente el número de reclusos menores de edad.

Para los europeos, el odio que sienten estos niños hacia occidente es inevitable, ya sea porque han visto demasiado sufrimiento a muy corta edad  o porque han transitado una tragedia que ya se ha cobrado miles de vidas, en una etapa de la vida en la que sólo deberían jugar y recibir el amor de sus madres.

NIÑOS CON MIEDO: LOS HIJOS DEL ESTADO ISLÁMICO

Contrariamente a lo que indica el sentido común, para la psicoterapeuta Alessandra Lenner, trabajadora de la Cruz Roja en Al Hol (Siria) “esos niños no tienen nada que ver con la guerra, no fueron educados con odio hacia sus países de origen ni están influenciados por el culto de la Guerra Santa”…”son muy péquenos y hace años que viven en esos campos en condiciones insalubres, desconectados de todo, jugando solos en la tierra, cubiertos de polvo, mientras nos miran con recelo. De inmediato uno se da cuenta del rechazo que sienten por nosotros. Es doloroso ver niños tan temerosos y desconfiados…esos niños sólo tienen miedo”.

Finalmente, después de haber aplicado una política “caso por caso”, Francia organizó el retorno de 35 niños menores franceses que se encontraban en los campos del noreste de Siria  y de más de 16 madres oriundas de los mismos centros de detención.

Aún falta rescatar más de 600 niños cuyas condiciones de vida son espantosas, con el agravante que, si son trasladados, deberán ser arrancados de sus madres, pues Dinamarca y Gran Bretaña les retiró las nacionalidades danesas e inglesas por ser yihadistas.

Alejandro Lamaisón

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