Los ricos no quieren poner

Impuesto a la riqueza
Desde que comenzó la pandemia los hombres más ricos de Estados Unidos, México, India y Francia viven haciendo gigantescas donaciones tanto a sus gobiernos para evitar la escasez de equipos médicos como a los laboratorios para que sigan investigando la cura contra el coronavirus, amén de hacer lo que puedan para ayudar en sus economías nacionales.
Magnates de la talla de Jeff Bezos, Bill Gates, Mark Cuban, Bernard Arnault & familia, entre otros, están donando millones de dólares para ayudar a la investigación de vacunas y enfermedades.
En la Argentina en cambio, los hiper-ricos, violando todas las reglas morales de justicia y equidad se suman a la cola de pobres, desocupados y pequeños comerciantes para pedir el subsidio de emergencia (ATP) que implementó el estado con motivo de la cuarentena obligatoria.
Gerentes de empresas como Vicentin, Techint o el diario La Nación, entre otras, recibieron inmediatamente este apoyo, mientras protestaban a los cuatro vientos por la posibilidad de que se apruebe un impuesto a la riqueza para paliar la crisis.
CEOs cómo Paolo Rocca, Alejandro Bulghueroni, Marcos Galperin, Alberto Roemmers y Gregorio Pérez Companc ni noticia de ayudar ante tanta urgencia social y económica.
Si observamos con detenimiento las sociedades más igualitarias o al menos las que tienen mejor calidad de vida a pesar de las diferencias sociales, son siempre aquellas que han logrado el equilibrio entre altruismo y egoísmo. Si las dos cosas estuvieran perfectamente equilibradas, los trueques y los precios serían exactos y las dos partes tendrían el mismo beneficio.
Sabemos que lo ideal sería que no existiera la beneficencia sino la solidaridad, ya que la primera es humillante mientras que la segunda es la ayuda fraternal entre iguales, pero ante la urgencia que el momento requiere no viene mal cualquiera de las dos.
Si nos atemos a la historia concreta, a partir de la primera experiencia neoliberal efectuada por el golpe militar del 76 la sociedad argentina le dijo adiós a la movilidad social ascendente. El nivel de vida de los argentinos comenzó a deteriorarse de manera continua, salvo en los primeros años de democracia alfonsinista y en el período kirchnerista que duró hasta 2015. El macrismo le dio la estocada final y se pasó de una sociedad relativamente estable a otra en crisis y fragmentaria. La destrucción del contrato social fue tan demoledora que hasta un partido centenario como la UCR quedó a punto de desaparecer. Todo lo que podía romperse se rompió. La aniquilación del aparato productivo y el lastre de la deuda externa que deja Macri condicionará durante décadas el desarrollo nacional cualquiera sea el partido político que gobierne.
Si en la Argentina, como en un mundo paralelo, la inflación rompe con todas las leyes del mercado al punto tal que, aunque baje la demanda los precios siguen subiendo, suponiendo que el gobierno actual no pueda o no quiera dar en la tecla para estabilizar la economía, sería interesante que intentara probar la fórmula altruismo vs. egoísmo.
Esto podría implementarse mediante un incentivo a los poderosos para que colaboren a través de donaciones y si no lo hacen de manera voluntaria aplicando la ley a través de impuestos progresivos.
Sin caer en la suposición pueril de que estos millonarios hacen beneficencia para ir al cielo cuando mueran, sabemos con certeza que la gran mayoría lo hace simplemente para deducir impuestos, pero bienvenidos sean al frente de guerra en la lucha contra el flagelo del Covid 19.
¿Habrá alguna posibilidad que de una vez por todas un gobierno electo por mayoría aplique la verdadera justicia social, aquella que nació en 1947 y en apenas ocho años cambió para bien la vida y la dignidad de todos los argentinos?
Es una especulación. Pero valdría la pena intentarla.
Alejandro Lamaisón