¿Por qué se insiste en darle una nueva oportunidad a los mismos partidos neoliberales que siempre llevaron al país al abismo?

LOS ULTRAS MOVILIZAN LAS EMOCIONES MÁS PROFUNDAS DEL SER HUMANO APELANDO AL MIEDO A LO DESCONOCIDO, AL ODIO HACIA EL DIFERENTE Y A LA FRUSTRACIÓN POR NO PODER CUMPLIR NUESTRAS EXPECTATIVAS.

APOYEMOS A LOS NEOLIBERALES

¿Por qué se insiste en darle una nueva oportunidad a los mismos partidos neoliberales que siempre llevaron al país al abismo?

El primero fue el Proceso de Reorganización Nacional, el segundo fue el menemismo/Alianza y el tercero fue Cambiemos.

El cuarto quizá sean los autodenominados “libertarios”.

En realidad puede haber varios motivos.

Uno de ellos puede ser la incapacidad de los gobiernos socialdemócratas y progresistas para convencer a los ciudadanos de que definitivamente una y otra vez los mal llamados populismos o gobiernos de centroizquierda reconstruyen, organizan y pagan lo que las políticas liberales de derecha desmantelan, aniquilan y endeudan.

Dado que es mucho más difícil construir que destruir, el esfuerzo que implican estos procesos para los ciudadanos castigados por la inflación, la pobreza y la falta de empleo termina volviéndose en contra de aquellos gobernantes que intentan ordenar el caos.

Otro motivo puede ser que la derecha liberal y su nueva mutación en “libertarios” no necesitan propuestas, planes o ideologías para acceder al poder, ya que sus  proposiciones se basan exclusivamente en valores, emociones y en el estímulo de los impulsos más primitivos que apuestan por algo diferente.

Según Andeu Jerez,  “Todos nos sentimos normales y todos estamos convencidos de que nuestros problemas, intereses y preocupaciones son normales. El discurso de la ultraderecha no dice qué es normal, simplemente lo deja a disposición del ciudadano para que lo rellene con los valores que le parezca. Ese relleno es usualmente denominado sentido común”.

Estos valores activados en nuestras mentes por el relato ultraderechista quizá estén ausentes o mal comunicados por el resto de los partidos, ya que responden a la lógica de lo racional. En cambio, los ultras movilizan las emociones más profundas del ser humano apelando al miedo a lo desconocido, al odio hacia el diferente y a la frustración por no cumplir nuestras expectativas.

En otras palabras, apelan a lo irracional.

Y aquí es dónde radica el éxito de su avance en todo el mundo y de su capacidad de movilizar a millones de electores en detrimento de los demás partidos: apelar a la emoción antes que la razón, evitando la reflexión y la argumentación.

Pero el motivo más importante que destroza la memoria y la experiencia y nos lleva a votar a nuestros propios verdugos es, ineluctablemente, el odio.

De claro corte antidemocrático, los discursos del odio proponen un juego que tensa los límites de la democracia y que no puede ser interpretado como un fenómeno individual sino como un resultado de la etapa actual del neoliberalismo.

Perdida la capacidad de construir un horizonte atractivo en términos electorales, los voceros del neoliberalismo recurren a eso que Boaventura de Santos Souza llamó fascismo social para construir una convocatoria con base en el miedo/odio al otro, poniéndolo como eje de la campaña política. El desprecio de la derecha por las instituciones que dice defender debe entenderse en el marco de la incapacidad del neoliberalismo tardío para construir hegemonía.

DE NEOLIBERALES A ULTRAS

En éste toma y daca  de los neoliberales, la batalla cultural por la apropiación de sentido es ejecutada a través de la propaganda mediática y como ya lo anticipó la escuela de Frankfurt en el siglo pasado, la pasividad intelectual ha reflotado la temida estetización de la política y su enaltecimiento de la violencia.

Entre la mentira y la perversión se ha puesto al hombre común como el responsable de la pobreza y la postergación social, colocando a los factores de poder fuera de escena.

El ingreso de Milei y Espert al Congreso ha sido tildado como el “ascenso del fascismo y del nazismo en la República Argentina”, generalización apresurada en cuanto a su descripción como idea política, pero real en lo referente a sus consignas.

Precisamente, tanto el fascismo como el nazismo eran profundamente nacionalistas, dándole prioridad a los intereses de sus propios países, mientras que los ultraderechistas argentinos trabajan siempre para los intereses transnacionales. 

Según Jorge Alemán, son fundamentalmente ultraderechas neoliberales, distintas a los regímenes históricos del fascismo o del nacionalsocialismo “hechas para condicionar y determinar al resto de las derechas hasta el punto en que va a llegar un momento en que no va a existir derecha que no sea ultraderecha”.

En una incoherencia reflexiva y moral de características inauditas, a través del voto añoramos con nostalgia las políticas neoliberales que a partir del cambio de gobierno a fines de 2015 sólo reforzaron los lazos de dependencia, especialmente en sus aspectos más financieros.

En tal sentido, podemos deducir que nuestra sumisión ya no es solamente económica, sino cultural, en la cual una burguesía doméstica carente de visión desarrollista, baja línea a una sociedad que, sumergida en la anomia social, transita entre el odio y las necesidades básicas insatisfechas.

Será sumamente dificultoso que Argentina vuelva a reponerse si es entregada nuevamente por sus propios ciudadanos a un gobierno neoliberal, de derecha o a los mal llamados “libertarios”.

No sólo quedarán definitivamente sepultados los derechos laborales y sociales,  sino que las pocas inversiones que registre la economía argentina estarán fundamentalmente destinadas a sectores rentísticos o serán entregadas definitivamente a manos extranjeras.

Definitivamente, habría que recuperar al Estado cómo ordenador de la vida de los argentinos, pero difícilmente se logrará con una sociedad que reproduce las formas de acumulación del poder hegemónico, banalizando la palabra “soberanía” a través de un voto encolerizado y dejando su suerte librada al ignominioso reinado del mercado.

Alejandro Lamaisón

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