Si pensamos en escritores argentinos que se destacaron por su originalidad tras el hecho de haber creado obras emblemáticas  a lo largo del siglo XX, los primeros que se nos vienen a la cabeza son Borges, Cortázar, Sábato, Arlt, Bioy Casares, Ocampo, Pizarnik, pero siempre tendemos a olvidar, quizá por miopía intelectual, la destreza narrativa de un orfebre de las letras: Juan Rodolfo Wilcock.

EL GRAN ESCRITOR JUAN RODOLFO WILCOCK, UN ORFEBRE DE LAS LETRAS QUE SUPO REUNIR EL SARCASMO LUMINOSO Y PROFÉTICO CON UNA INSUPERABLE MAESTRÍA VERBAL.

ESCRITORES INDUSTRIA ARGENTINA

Si pensamos en escritores argentinos que se destacaron por su originalidad tras el hecho de haber creado obras emblemáticas  a lo largo del siglo XX, los primeros que se nos vienen a la cabeza son Borges, Cortázar, Sábato, Arlt, Bioy Casares, Ocampo, Pizarnik, pero siempre tendemos a olvidar, quizá por miopía intelectual, la destreza narrativa de un orfebre de las letras: Juan Rodolfo Wilcock.

Este escritor satírico nacido en Buenos Aires, ha logrado desplegar en su obra la posibilidad de retrotraer el relato a su forma más simple y por ende más difícil, utilizando para ello una prosa de “elegante terrorismo verbal, cuya gran precisión descriptiva no nos ahorra detalles sádicos y aún atroces, pero tampoco atisbos de una belleza indómita”.

Poeta en origen, y destacado traductor, fue, en su juventud porteña, íntimo amigo de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, quienes le incluyen en Antología de la Literatura Fantástica, con uno de sus cuentos.

Afectivo, pero huraño y misántropo, según el testimonio de Borges y Bioy, Johnny -como le llamaban por el Juan de su nombre de pila- se autoexilia en 1958, a una modestísima casa de campo a las afueras de Roma, y comienza a escribir solo en italiano, mientras vive en extrema soledad y pobreza, falleciendo de un infarto de miocardio un mes antes de cumplir 59 años.

Wilcock publicó una decena de libros en su etapa italiana. Novelas como Dos Indios Alegres, El Ingeniero o El Templo Etrusco; compilaciones de ensayos breves como Hechos Inquietantes; excéntricos libros de relatos como La Sinagoga de los Iconoclastas, El libro de los Monstruos o el ahora republicado El Estereoscopio de los Solitarios. En todos ellos se destaca su manejo salvaje de lo fantástico, llevado a los límites del absurdo a través del uso magistral de los recursos poéticos y humorísticos. Todos esos elementos aparecen con claridad notoria en El Estereoscopio…, en donde Wilcock amontona 70 personajes cuyas historias son contadas de un modo tan breve como sorprendente.

LOS ESCRITORES DE CULTO

A pesar de haber vivido en Europa hasta su muerte, Wilcock nunca dejó de estar vinculado con los escritores de Buenos Aires, pero su carácter esquinado y su literatura sin concesiones, lo restringió a un círculo de avisados de culto. Un escritor de culto es alguien cuya literatura es ampliamente apreciada por sus pares escritores pero que todavía no rompió el cerco que lo comunicaría con la masividad, dado que se resiste a ser estandarizado.

El crítico George Steiner, famoso por su severidad al evaluar obras literarias, elogió la singular “extraterritorialidad” de Wilcock como patria de sus narraciones.

Su obra intenta, casi sin proponérselo, recordarnos a cada momento lo ridículo y lo sublime de lo que está hecha la materia que compone la vida de  los hombres y a través de una dosis exacta de fantasía y cotidianidad,  nos impulsa a sentir cierta compasión de la inutilidad de las gestas y las pasiones humanas.

Podría decirse  que en esta hilaridad compasiva de humor inteligente y elíptico, Wilcock reúne a Kafka, Borges y el stand up moderno para deshumanizar a sus personajes y a la vez acentuar algún aspecto particularmente despreciable de la naturaleza humana o de nuestras conductas. En otras ocasiones, las aprovecha para deslizar con ellas una ácida crítica a las instituciones, a las ideologías y a las costumbres burguesas.

Si en la literatura argentina hay un escritor que ha conseguido alcanzar la estatura de mito, ese es J. Rodolfo Wilcock, no sólo por su insuperable maestría verbal y su sarcasmo luminoso y profético, sino por los excéntricos detalles de su vida, convertida en misterio a fuerza de un olvido absurdo e hipócrita que lo llevó a morir, como la gran mayoría de nuestros íconos nacionales, fuera del país.

Alejandro Lamaisón

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Capitán Luiso Ferrauto

[Minicuento – Texto completo.] 

Una vez al año, en primavera, el capitán Luiso Ferrauto cambia de piel; de la piel vieja emerge lustroso y rosado como un recién nacido, pero al cabo de unas horas la piel nueva recobra su color normal, que es aceitunado, y también el pelo, que se ha desprendido junto con la piel del cráneo, vuelve a crecer rápidamente, como corresponde a un oficial de la Seguridad Pública.

Su mujer, unida a él por un amor inusitado en estos tiempos, suele guardar estas pieles usadas de su marido y rellenarlas de goma espuma color carne, para hacer así un muñeco bastante presentable, bien cosido y armado, con su uniforme puesto.

Ya tiene unos quince, en el garaje: todos oficiales de policía, tan parecidos a su marido que da gusto verlos a todos juntos, tan dignos, tan rectos, tan inalcanzables por la corrupción. La señora hizo instalar un equipo estéreo en el garaje y cuando el capitán está de servicio fuera de casa, la mujer baja para hacerles escuchar a sus ex maridos las mejores páginas de la lírica mundial.

Absortos, como embelesados, los quince policías escuchan inmóviles la muerte de Desdémona, el merecido asesinato de Scarpia, la disputa fatal entre Carmen y Don José, delitos todos que exigen el arresto inmediato del culpable, hechos de sangre y de violencia como tantas veces han visto a lo largo de su carrera.

Puesto que los muñecos de piel policíaca son producidos a razón de uno por año y cada uno es de edad más avanzada que el anterior, presentan esta insólita característica: que el más joven de los quince es el más viejo de los quince.

FIN

Rodolfo Wilcock

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