Evidentemente, los ciudadanos votantes percibimos desde hace tiempo que algo no está funcionando en el seno del sistema político más perfecto que se haya inventado desde la caída del imperio romano.

CADA CUATRO AÑOS, EN LAS URNAS, COMENZAMOS NUEVAMENTE A EMPUJAR LA PIEDRA.

LOS ACHAQUES DE LA DEMOCRACIA

Evidentemente, los ciudadanos votantes percibimos desde hace tiempo que algo no está funcionando en el seno del sistema político más perfecto que se haya inventado desde la caída del imperio romano.

La democracia, esa maravillosa idea política agitada por las revoluciones burguesas del siglo XVIII por medio de la cual el pueblo elegía a sus representantes, ha comenzado a mostrar cierto desnivel en sus contrapesos fundamentales.

Como toda forma de organización social, dicha práctica de gobierno no debería ser ajena a los cambios de paradigmas producidos a lo largo de la historia, cuyos procesos sociales repercuten inevitablemente en los pueblos que la practican. 

En este sentido, las contradicciones estructurales en un  momento en el que la humanidad descubre su vulnerabilidad ante una pandemia planetaria serían el campo propicio para repensar los pilares básicos sobre los cuales se asienta la democracia moderna: los poderes ejecutivo, legislativo, judicial y mediático.

Nuestra Constitución Nacional, creada para el siglo XIX, resulta totalmente inútil al haberse distorsionado la distribución del poder, permitiendo la concentración unipersonal y arbitrara de un sector minoritario cuyo fin es la rendición incondicional al colonialismo financiero global.

De ninguna manera pude decirse que los poderes del Estado están corrompidos por haber transitado una experiencia altamente delincuencial comparable solamente a la vivida en Argentina durante la Década Infame y cuyos protagonistas ya están sobradamente identificados.

Simplemente hace falta retomar de manera urgente, bajo el dominio de la Constitución Nacional, una reforma de la Justicia para dar un marco legal a las transformaciones necesarias que impidan continuar con  el sometimiento de nuestro país a un proyecto de recolonización bajo el control del capital transnacional.

DESCONFIANZA DE LOS VOTANTES

Para los votantes de a pie, cualquier intento de reforma se presenta como imposible teniendo una Corte Suprema de Justicia con un presidente colocado aviesamente por los poderes que él mismo representa. No debemos olvidar que Rosenkrantz fue abogado de Clarín, empresa de la cual Black Rock, principal acreedor de los fondos buitres, tiene acciones.  

Por lo contrario, si tenemos en cuenta que en el país hay tres mil jueces de los cuales sólo 20 o 30 trabajan para los poderes concentrados (o para sí mismos), eso implica que son una minoría. Al resto de los magistrados se los puede imputar de complicidad o silencio, pero nunca inferir que algo es verdadero acerca de un conjunto o grupo solo porque es verdadero acerca de una o varias de sus partes o componentes.

Esta falacia de composición nos llevaría a pensar equivocadamente que todo el sistema judicial puede ser aplastado bajo el dominio de los poderes fácticos, cosa que no es real ya que existen muchos jueces probos y defensores a ultranza del Estado de Derecho.

Por lo tanto hay una pequeña luz de esperanza de que algo pueda cambiar si se logra llevar a cabo finalmente una reforma judicial.

Lo mismo ocurre con el Poder Legislativo. La desidia de la oposición al momento de analizar un proyecto de ley para enfrentar la peor crisis vivida en la historia de la humanidad no abarca a todos los diputados y senadores. Sólo al pequeño grupo de lobbistas del establishment cuyos discursos vacíos de contenido apenas pueden mantenerse unos instantes gracias a la caja de resonancia de los medios concentrados, pero que se diluyen al instante por la fuerza avasalladora de la realidad pandémica.

Hay un pueblo de votantes que ya ha sufrido lo suficiente como para repetir los mismos errores del pasado y pensar que algún político iluminado, ya sea del oficialismo o de la oposición vendrá a salvarlo.

Sólo debemos tener presente, en base a nuestra experiencia, que siempre votaremos a candidatos con buenas o malas intenciones, pero a la democracia, pese a sus defectos y virtudes, deberemos defenderla con uñas y dientes si queremos ser realmente libres.

Aunque, como la maldición de Sísifo, caigamos inevitablemente cada cuatro años en el desengaño y la frustración.

Alejandro Lamaisón

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