En tiempos en los que la derecha se afianza de manera uniforme en la mayoría de las democracias de todo el mundo, resulta imperioso que luego de la anodina gestión de Alberto Fernández, el Frente de Todos imponga un candidato racional y acorde al momento de desilusión generalizada.

EL ASCENSO DE LA DERECHA Y LA DERROTA DEL KIRCHNERISMO, ¿PUEDE TERMINAR CON LA CRISIS SIN ENTREGAR LA DIGNIDAD DE UN PAÍS?

PERMITIR QUE LA DERECHA ME QUITE DERECHOS

En tiempos en los que la derecha se afianza de manera uniforme en la mayoría de las democracias de todo el mundo, resulta imperioso que luego de la anodina gestión de Alberto Fernández, el Frente de Todos imponga un candidato racional y acorde al momento de desilusión generalizada.

La sociedad argentina ya está harta  de que los políticos le prometan cosas que luego no cumplen y que en pleno tobogán descendiente del salario versus una inflación galopante  los dirigentes demuestran más preocupación por los cargos que van a rasguñar en las próximas elecciones que por la situación espantosa que vive el país.

Todo este cúmulo de broncas acumuladas repercute en el ciudadano de manera diferente de acurdo a su postura política o ideológica, es decir, para los progresistas Alberto Fernández vivió complaciendo al establishment y a los poderes concentrados, mientras que para la oposición se dejó influir por su filiación peronista inclinándose más al estado de bienestar.

Pero lo que une a la mayoría de los argentinos de cualquier ideología  y/o grupo etario es que esta horrible situación tiene que terminar de manera urgente, ya sea en los meses que quedan antes de las elecciones o con el recambio en las urnas el próximo 22 de octubre.

Nadie está conforme con la inflación, porque esta genera hambre, desocupación, pérdida de la dignidad humana, aniquilación de los derechos básicos y la imposibilidad de soñar un futuro posible, en definitiva, el dolor, la inseguridad y el desencanto  asociado al displacer constante.

Ahora bien, si todos los argentinos queremos acabar con ese displacer o dicho en otras palabras, recomponer a través del voto una situación que evidentemente nos arrastra al fracaso ya que consume todo el esfuerzo de nuestras vidas y el derecho a disfrutarlo:

¿En serio puede imaginarse que votando a una derecha que propone eliminar nuestras conquistas sociales y laborales, adquiridas a fuerza de heroicas luchas, vamos a acabar con la “casta política», la mentira, la corrupción y hasta con la inflación?

¿En serio puede creerse que entregando nuestra soberanía a través de privatizar todo lo que privatizó el menemismo, dolarizando la economía y poniéndola en manos del mercado financiero o vendiendo granos, litio, gas y hasta nuestros órganos podemos salir adelante?

¿Qué placer o felicidad puede darnos un candidato que nos anticipa que va a eliminar las indemnizaciones por despido, las vacaciones pagas y el derecho a la protesta, a extender la edad de jubilación y poner a trabajar la millonaria caja del fondo de garantía de sustentabilidad en el circuito financiero, a privatizar Aerolíneas y a permitir que las multinacionales se lleven todo el litio del NOA sin intentar fabricar una miserable pila y por último a eliminar los impuestos de las empresas agroexportadoras y mineras mientras se sostiene el Hood Robin del IVA?

LA DERECHA COMO EXALTACIÓN DEL NARCISISMO

Precisamente, la idea de diálogo entre argentinos de ideologías de derecha, de izquierda, de centro, liberales o progresistas surge del hecho que si estamos de acuerdo en al menos un objetivo al que todos aspiramos, podríamos discutir propuestas utilizando la racionalidad que nos brinda la experiencia.

Podríamos incluso hasta  entender el triunfo y el júbilo gozoso que sentiría el radicalismo al desplazar al odiado kirchnerismo, pero… ¿eso justifica ceder todos los derechos sociales y laborales o la eliminación de la soberanía nacional a costa de ser el furgón de cola de Juntos por el Cambio?

También podríamos entender a los jóvenes que se vuelcan a la ultraderecha para castigar a un Estado que en estos cuatro años jamás les dio una oportunidad, pero… ¿pueden dimensionar el daño que nos hacen y se hacen a ellos mismos si sacrifican lo poco que queda de ese odiado Estado de Bienestar?

En este sentido, cabría reflexionar acerca de las pulsiones autodestructivas de un electorado al que se lo quiere convencer de que la eliminación de la soberanía nacional y la renuncia a los derechos sociales y laborales es la solución.

Tanto los que estamos con el progresismo cómo los que están con el liberalismo somos compatriotas que queremos cambiar el orden injusto en el que estamos inmersos, y sabemos lo difícil que es trabajar juntos para revertirlo, pero no imposible si sabemos utilizar la experiencia colectiva.

Precisamente, en la experiencia uno se encuentra con el otro, destruyendo ese narcisismo absurdo que nos lleva a odiar al que piensa diferente y a prolongar en el tiempo una crisis de gratificación que luego se manifestará en las urnas.

Y votar con odio siempre será más dañino para los intereses y necesidades de los propios ciudadanos que para la injuria que se quiera erradicar.

Alejandro Lamaisón

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